Hace tiempo pasé casi un año entero sin hablarme con un amigo. Fue el final de la deriva que nuestra relación había tomado dos años atrás.
Quizá las rupturas con mis amigos son las que más me han dolido de todas las relaciones que he experimentado en mi vida. No tanto por la intensidad del dolor (seguramente haya sufrido dolores emocionales mucho más fuertes) como por lo inesperado del conflicto. Nunca pensé que a los amigos se les pudiera perder violentamente. Los amigos aparecían, cuajabas con ellos una relación y luego, como mucho, se trasladaban a otro colegio, otra ciudad u otro trabajo. Te escribías de vez en cuando, cada vez menos, y el vínculo se desvanecía pero no se rompía bruscamente. Cometimos muchos errores, no fuimos los únicos implicados, y aquello se convirtió en una mini guerra civil. Al final, cuando yo quise retomar el rumbo correcto la cuerda se rompió como una hoja de acero viciado. Y después: el año de silencio en el que aprendí que si los pedestales se habían quedado obsoletos para las estatuas en el arte contemporáneo eran aún menos recomendables para las personas de carne y hueso.
Pasado ese año mi amigo me llamó. Quería retomar la relación después de pasarse meses ignorando mis llamadas para que hablásemos. Para entonces todo mi entorno me decía que no fuera gilipollas y pasara de él. Me lo decía mi hermano. Me lo decía mi novia, me lo decían otros amigos. Y sin embargo, volví a quedar con él. Durante dos horas fui incapaz de decir nada y el hablaba nervioso. Sin parar, además, de cualquier asunto banal que se le ocurriera. Debíamos ser un cuadro gracioso: un mudo y una cotorra. Solo le pregunté por qué había dejado pasar tanto tiempo y él no supo darme una razón coherente. Sorprendentemente empaticé con él. Me vi identificado en su duda. En su indecisión y en la ausencia de razón específica para hacer o no hacer algo. Porque yo mismo no tenía razón alguna para volver a aceptarle como amigo y sin embargo lo hice.
Quizá (y solo quizá y solo en alguna ocasión) la vida sea mejor con un amigo que sin él.
Le costó un año, pero rectificó; fue a tu encuentro. Yo también hubiera accedido. Y además, está bien tener tu dignidad y tu orgullo, claro, pero mal gestionados son peor que aquel amigo que desaparece durante un año y luego vuelve.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Es curioso porque la única respuesta que tengo a haber accedido a recuperar la amistad sigue siendo puramente emocional: le echaba de menos como amigo.
Me gustaMe gusta
Rectificar es de sabios y, a veces, sí existen segundas oportunidades. Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 2 personas
Desde luego hay que ser bien sabio para admitir que te has equivocado.
Un abrazo para ti también.
Me gustaLe gusta a 1 persona
“Sorprendentemente empaticé con él. Me vi identificado en su duda. En su indecisión y en la ausencia de razón específica para hacer o no hacer algo”. Esta es LA frase. Me gustó mucho, pero está frase, realmente, me atrapó. Saludos.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias, Irene. Lo cierto es que esa parte es el corazón de este texto. Me alegra de que te haya gustado tanto!
Un saludo!
Me gustaLe gusta a 1 persona
No lo dudes, mejor con un amigo. Te lo digo yo que ya no me queda ninguno.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Lamento leer eso 😦
Un abrazo!
Me gustaLe gusta a 1 persona
A mí me ha pasado algo parecido con una amiga y también me llamó y volvimos a retomar nuestra amistad. La segunda oportunidad, a veces es buena. Gracias por compartir!!! Un saludo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegra leerlo! Gracias a ti por seguirme!
Me gustaLe gusta a 1 persona