Supongo que de un mal de amores cada uno se evade como quiere o como puede. Aquel año yo me evadí a través de Carmen, que ni era tonta ni yo pretendí engañarla:
-Estoy a oscuras. Siento que es de noche y salgo de un pantano muy profundo. No sé quién soy después de tantos años ni a donde quiero ir.
-No me importa. No tengo prisa.
Y después los fuegos artificiales. Para dar el pistoletazo de salida a un verano extremo en el que casi cada noche buscábamos un sitio para encontrarnos y cada mañana yo seguía sin saber quién era. Carmen, por su parte, siempre había sentido una angustia existencial que la empujaba pasado un tiempo a devorar el corazón de los hombres que amaba o pretendía amar. Creo que sentía un vacío infinito. Si yo hubiera podido elegir habría elegido quererla porque me hacía cosquillas en la piel y me saciaba los apetitos. Sin embargo, no se puede querer con el corazón hecho trizas y gracias a eso me salvé de su hambre incontrolable. Luego el verano llegó a su fin como llegan las noches de verbena y no pude seguir escondiéndome de mi mismo ni de lo destrozado que me encontraba o lo incapaz que era de estar pendiente de nadie más que de mi.
Hace poco volví a hablar con Carmen. Aunque ya no era Carmen y me dijo que se iba a vivir a Australia. O a Uruguay. La verdad es que no lo recuerdo. Y yo que sigo sin saber quien soy quise quererla y que me devorara el corazón. Quise decírselo antes de que se marchara pero pensé que ahora soy yo quién devora los corazones y que era justo que dejara escapar el suyo para igualar nuestro fracaso como amantes.
Quién sabe si lo habría cazado siquiera.
Esa pregunta se vuelve cicatriz y ahí se queda para siempre. Hay corazones tan rotos que siempre están en obras.
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Poco a poco va soldando. Quizá mi problema sea las costumbres que han quedado después.
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Me gusta la forma en la que narras tus historias. Da gusto leerlas.
Saludos!!
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Vaya, pues muchas gracias! Espero que sigan gustandote en el futuro.
Saludos!
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